Con qué suavidad desentrañas el sol
de una tarde de domingo,
qué fiereza la que destila tu mirada,
ante la perpleja e inquisidora lengua que desea
que te escurras en docta palabra.
No puedo sacudirme la sonrisa,
el murmullo se azota en el patíbulo
de mi atrevimiento,
estas ganas no serán
guillotinadas por ti, por nadie.
Eres la demencia hecha discurso,
te presumes contradictoria,
me asumo tu acechadora.
Me reduzco
admirando
tu elocuente boca.
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2 comentarios:
éste está chingón
chingón...gracias anónimo.
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