Los guijarros de tu espina dorsal
me invitaban a develar el sueño:
la oruga tejía a sus anchas sendas camisas de mar,
mientras yo, viuda de tus ojos, quería despertar con tu olor.
Aparece en la neblina noctámbula una tía de cocaína
ofreciendo lavar las sábanas que embarraste de luz y dolor.
No dejes de acostumbrarte a lo muerto de la vida, finalmente en las caras y libros tus entrañas lastimadas vaciarás sin contemplación.
En la noche despido tus ojos recios, sin embargo, cristalinos.
Me enamoro, así, tibiamente de tu vulnerabilidad,
me arrojo,
la quebrada de tu desdén no limitará
las manos frías que te quieren guarecer.
Esta subnormal consciencia que me atrapa cerrando miradas
me enseñó con fanfarrias que no tengo por qué huir, este cuentito
que hablo es el dicho de tu espalda que encarnada en mis manos
me dejó tatuada en seda resistente telaraña,
textil de tus largas pestañas que me dejará dormir otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario