Clarividente de los reptiles
albergados largamente bajo
las sombra infinita de tus ojos,
distrae el tacto que se extiende,
que se esfuerza hasta la humedad de tus rodillas.
El filtro ensalivado que recorre olores,
que recorre sublime la mirada de los extraños,
sí, el fuego que se presta es egoísmo
enmascarado de antojos.
Velocidades de putas, cariños embrujados,
el maldito deseo que pulula
mi cuello y mis orejas hacen de tu juventud
algo inclasificable.
Ven, llama, dime que las calaveritas
no serán sólo un adorno de la lengua.
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